El Señor de la Forma  

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Existe una metáfora del budismo tibetano que trata de describir las funciones del ego, se refieren a ella como, “Los Tres Señores del Materialismo”, son: “El Señor de la Forma”, “El señor de la Palabra”, y el “Señor del Pensamiento”. 

El Señor de la Forma, representa la búsqueda neurótica de la comodidad, seguridad y placer físico. ”El Señor de la Forma no representa las condiciones de vida segura y de riqueza física en sí mismas. Se refiere más bien a las procuraciones neuróticas que nos impulsan a crear esas condiciones, a tratar de controlar la naturaleza. Es la ambición que tiene el ego de afianzarse y entretenerse a sí mismo en su intento de evadir toda irritación. Así, nos aferramos a nuestros placeres y posesiones, tememos el cambio o forzamos el cambio, intentamos construir un nido o un jardín de recreo.” Chögyam Trungpa

¿Les suena?, yo me reconozco en cada palabra, por supuesto, ya perdí el nido y el jardín. Hace ya algunos años, que leí, “Mas allá del materialismo espiritual” de Chögyam Trungpa. Les puedo decir, que es un viaje duro y difícil que, posiblemente, no terminará nunca, no es alegre ahondar en nuestra llagas y más, si son recientes. Al mínimo descuido, te ves como un pájaro loco construyendo un nuevo nido en una hoja que flota en el río. Desvestirse a uno mismo, es un proceso duro, pero, necesario, el camino es la renuncia en cada paso, una senda para un guerrero, como queda reflejado en la obra de  Trungpa. Con el tiempo, si tenemos la suerte de que algo de lo que leemos pasa a formar parte de nosotros o no lo interpretamos mal, comenzamos a renunciar a la búsqueda y a perder la angustia y tormento por controlar nuestro entorno. 

Les puedo contar, que siento un poco esa renuncia, y su ligera amargura, que la creo reconocer mínimamente cuando renuncio a la compra compulsiva de lo material, un coche o la casa nueva, cuando me dejo tocar por el dolor sin construir diques a mi alrededor. Aun así, queda todo por hacer, pues seguramente, estas sensaciones, son proporcionadas por otro de los señores, El Señor del Pensamiento. 

El Amor del Pasado  

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A mis 19 años, apenas pude comprender, el mensaje escrito a mano, en una página en blanco de “El guardián entre el centeno” de J. D. Salinger, que posteriormente se convertiría en dura asignatura durante mi vida. 

En ella una mujer joven, en el verano de 1991 comenzó escribiendo: “Me gustaría saber el sabor de tus besos (...), toma este libro como un beso mío. Aprende a ganarle tiempo al tiempo, a abrir y cerrar ventas”. Sólo los años y las experiencias nos enseñan a abrir y cerrar ventanas, pero, en la mayoría de los casos, nuestras debilidades nos retornan a aquel pasado que creíamos más dulce, en busca de emociones perdidas. 

Es difícil reflexionar sobre amor y obsesión, sin tener presente las imágenes mentales que han dejado en mí, las películas de Wong Kar Wai. Sobre 2046, dice el propio autor, que para él: “2046 es un estado mental al que acudimos cuando queremos recuperar lo que hemos perdido, cuando tratamos de conservar no sólo la persona o el tiempo dejados atrás, sino también el momento y atmósfera. Sería, por tanto, una especie de algo que no existe”.

Nos gusta regresar al pasado para revivirlo, para idealizarlo y poder tener sensaciones y emociones que en cierta forma, nos tocan, tan de lejos como de forma intensa, hipotecando, quizás, el amor futuro. Creemos que no se repetirá un amor como el pasado, y que, una vez perdido, sólo nos quedará el vacío. En palabras de Wong Kar Wai: “se debería apreciar más lo que se tiene en el momento y no después de haberlo perdido”

Sobrarían los motivos para que nos neguemos a cerrar un pasado emocional por el que, alguna vez, entró las más cálidas de las emociones, el amor. Seguimos las huellas de caminos transitados, de pisadas perdidas, que una y otra vez, nos roban el futuro. “Él recordaba aquellos años como si mirase a través de un cristal, de una ventana cubierta de polvo, el pasado es algo que podemos recordar pero no tocar y todo lo que se recuerda, es borroso y vago”, 2046.


Para los que tratan con necios.  

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Hay días, en los que viene a nosotros, algún necio, de los integrales, de los que hacen suyos todas las acepciones del diccionario. Cuando el necio habita el ámbito laboral se convierte en pesada carga, una prueba a la que se ve sometida nuestra virtud. Aquí, es donde el necio campa a sus anchas, cuando se comporta como un ignorante, que no sabe lo que podía o debía saber, imprudente o falto de razón, terco y porfiado en lo que hace o dice, presuntuoso. 

No es fácil mantenerse siendo consciente de la propia lucidez, de que no te gusta la moto, pero, tendrás que comprarla, ignorarla o recoger los corotos y marcharte. Es aquí, donde uno revive de forma intensa la sensación de esclavo, sensación de ser un adorador del becerro de oro. No pensemos en toserle con argumentos, o se crecerá dando rienda suelta a su necedad, tomando razones y derechos por insolencia y deslealtad. 

Por suerte, siempre tenemos algún amigo, que nos da luz sobre las sombras, aquí dejo su consejo:

“La gente no tiene la facultad de hacerte daño. Incluso si te denigran a voz en grito o te golpean, si te insultan, tuya es la decisión de considerar si lo que está ocurriendo es insultante o no. Cuando alguien te irrita, lo único que te está irritando es tu propia respuesta. Por consiguiente, cuando te parezca que alguien te esta provocando, recuerda que lo único que te provoca es tu propio juicio del incidente, no permitas que tus emociones se enciendan ante meras apariencias.

Intenta no limitarte a reaccionar al instante. Toma distancia de la situación a fin de tener una perspectiva más amplia. Sosiégate.”


Epicteto





Los Arnie de este mundo  

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Encuentro un hombre obsesionado que anestesia su dolor en alcohol, policía de día, alcohólico de noche. Arnie, descansa su aliento sobre la fría madera del bar de Travis. Agarrado al recuerdo de su amor y su castigo, Sue Lynne (Rachel Weisz)  

Suena, "Devil's highway" de Hello Strange:

"I close my eyes to see her face

I lay down to die on my devil's highway..."

Wong Kar-Wai, entiende muy bien estas situaciones donde los sentimientos te conmueven y paralizan, la película se titula: "My Blueberry Nights". Sólo que, esta vez, Arnie es real, es un amigo. Los Arnie de este mundo, buscan la respuesta que les expliquen cómo, su Sue Lynne les pudo decir alguna vez, que los querían pero no los aman, que su felicidad transita otros caminos que, no recorrerán juntos. Que el mensaje del móvil era de un amigo.

La caída es larga y angustiosa, pero no hay respuestas. Todos creen saber donde están los palos mal puestos en el nido ajeno. Pero, nadie y digo nadie, sabe los que les pasó, al final la búsqueda de las respuestas, termina, con suerte, en un adaptativo autoengaño. Todos, en algún momento, fuimos Arnie, y tratamos de ahogar nuestra bendita y amarga dopamina. "Polvo y alas rotas en el temblor de una partícula de nada, ¿por qué, si no te pertenezco, pienso en ti?", que diría Manolo García.

Extirpar algo tan hondo, deja muchas heridas, difíciles de cicatrizar. Esperamos todos, que en este caso, Arnie termine mejor que en la película , y un día, pueda decir eso que escribiera Antonio Machado:


«Aguda espina dorada,

quién te pudiera sentir

en el corazón clavada.»